He hablado con varios creyentes que han sufrido mucho en estos días de COVID-19 por muchas razones:
- Algunos tienen peleas en su iglesia porque algunos quieren reunirse y otros no piensan que es seguro.
- Algunos pastores no están recibiendo su sueldo porque sus congregaciones no están trabajando ahora, y hay gran necesidad.
- Otros están enfermos. Un compañero nuestro de Honduras falleció hace algunas semanas por COVID-19. Mi iglesia perdió una amada hermana por causa del virus, y mi familia perdió un hombre que no conoció al Señor.
- Hay mucha tristeza y desesperación.
El libro de Habacuc es para tiempos como nuestros. Habacuc pasó por una situación bien difícil también, una situación donde iba de mal en peor.
El libro de Habacuc comparte una conversación entre el profeta Habacuc y Dios. Habacuc hizo dos preguntas al Señor, y el Señor le contestó dos veces, cada vez con una sorpresa para el profeta.
Déjenme parafrasear la conversación.
- La primera pregunta que hizo Habacuc en 1:1–4 fue, “¿Dios, por qué no te importa ni haces nada cuando tu pueblo es tan violento y no respeta tu ley? ¿Dónde está tu justicia?” No pensaba que Dios esperaría a juzgar y corregir a su pueblo.
Dios le contestó en 1:5–11, “Es importante para mí, y haré algo misterioso para traer justicia: Usaré un pueblo cruel y tenaz, los caldeos, para juzgar a mi pueblo.” Dios anunció que iba a llevar a su pueblo al exilio. - Habacuc le respondió en 1:12–2:1, “¿Los caldeos? ¿Usarás los caldeos, estas personas tan violentas e injustas para juzgar a tu pueblo que es más justo que ellos?”
- Dios contestó a Habacuc otra vez en el capítulo 2 diciendo que Él sabía de los caldeos, pero iba a usarlos para juzgar al pueblo de Dios—y después Dios los juzgaría también con todos los injustos en su tiempo escogido. Durante los tiempos difíciles, el justo por su fe vivirá (Habacuc 2:4).
Y el capítulo 3 nos muestra la respuesta del profeta, en la forma de una oración, un poema que fluye de lo más profundo de sus emociones y entendimiento de lo que había experimentado en conversación con el Señor. Su entendimiento de la persona de Dios cambió en una manera significante.
Habacuc nos muestra que aun cuando las situaciones de la vida van de mal en peor, siempre podemos confiar y gozarnos en el Señor.
Ve cómo termina el libro:
Oí, y se conmovieron mis entrañas;
A la voz temblaron mis labios;
Pudrición entró en mis huesos, y dentro de mí me estremecí;
Si bien estaré quieto en el día de la angustia,
Cuando suba al pueblo el que lo invadirá con sus tropas.
Aunque la higuera no florezca,
Ni en las vides haya frutos,
Aunque falte el producto del olivo,
Y los labrados no den mantenimiento,
Y las ovejas sean quitadas de la majada,
Y no haya vacas en los corrales;
Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación.
Jehová el Señor es mi fortaleza,
El cual hace mis pies como de ciervas,
Y en mis alturas me hace andar. (Habacuc 3:16-19)
Habacuc y su actitud fueron cambiados después de reconocer a Dios y someterse a su plan. Habacuc fue transformado de ser un hombre que estaba quejándose con el Señor en el primer capítulo a un hombre que proclamaba su gozo en el Señor, aun cuando las cosas iban de mal en peor. El versículo 17 dice que Habacuc gozaba aunque no haya frutos, ovejas, vacas, y todo lo que una cultura agrícola necesitaba.
¿Cómo puede estar gozoso aunque faltara todo?
Hemos visto que Habacuc oyó el plan de Dios, meditó en su carácter, y oró a Dios con una fe sincera para llegar a este punto. Quitó sus ojos de sus circunstancias temporales y su propio entendimiento y los puso en el Señor y sus promesas eternas.
Y en Jesús, esta esperanza y gozo es para nosotros también quienes tenemos “una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera” (1 Pedro 1:4) en los cielos. Los salvos se dan cuenta que tener una refrigeradora llena y un bolsillo lleno no se compara con el perdón de nuestros pecados, un futuro lleno de gloria y gozo en la presencia del Señor, y el Espíritu Santo como garantía de esta herencia futura.
En el versículo 19 dice que “Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar.” Me encanta esta ilustración que usa Habacuc para describir la seguridad de Dios. Él describe viviendo por fe en tiempos difíciles como una cierva (el animal) andando seguramente en las altas montañas.
Vivir por fe durante tiempos locos puede ser como andar en las altas montañas, uno puede tropezar y lastimarse, y a veces sentimos que la única cosa que podemos hacer es fallar.
Pero Dios hace que los pies de Habacuc sean como los de las ciervas que corren y andan encima de las rocas sin problema. Podemos andar con fe y confianza en cualquier terreno, en cualquiera situación.
El Apóstol Pablo pasó por un tiempo bien difícil antes de escribir la carta a los Filipenses. Él escribió esta carta desde la cárcel y entendía lo que es vivir por fe. A pesar de una situación injusta y sin saber cuándo saldría de la cárcel, Pablo dijo, “Para mi el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).
Y más tarde Pablo dio el mandato de regocijarse en el Señor siempre (Filipenses 4:4), y que “he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.” ¿Cómo es que puede decir estas palabras? “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11–13).
Quizás ustedes piensen, o personas en sus congregaciones pensarían, “Es bueno que Habacuc y Pablo encontraron esta paz y gozo, pero yo nunca podría hacerlo. Mis situaciones son diferentes, no puedo seguir adelante.”
Quiero compartir una historia en el libro clásico El Progreso Del Peregrino, escrito por Juan Bunyan.
Durante la historia, Cristiano y su amigo Esperanzado cayeron en las manos de un gigante que se llamaba Desesperación, y él los trajo al calabozo del Castillo de la Duda, donde vivía el gigante y su esposa.
Cristiano y Esperanzado recibieron golpes y amenazas del gigante y su esposa dijo que no iban a darles comida hasta que murieran. Después de algunos días en el calabozo sin comida, Cristiano y Esperanzado estaban perdiendo la esperanza y quisieron morir.
Cristiano y Esperanzado no sabían qué hacer. Los dos se pusieron a orar. Y oraron por horas hasta que Cristiano exclamó: “¡Qué tonto y necio soy en quedarme en el calabazo hediondo, cuando tan bien pudiera estar paseándome en libertad! Tengo en mi seno una llave, llamada Promesa, que estoy persuadido podrá abrir todas las cerraduras del Castillo de la Duda.”
Cristiano sacó la llave de Promesa, la puso en la cerradura para abrir el calabozo, y los dos escaparon al camino, donde levantaron sus ojos hacia el País Celestial y continuaron en el camino.
Estaban sufriendo hasta que se acordaron de las promesas de Dios que tenían el poder de librarlos.
Nosotros también podemos estar desanimados si no vivimos por fe en las promesas de Dios. Nuestra seguridad en Cristo no depende de nuestras circunstancias, depende de la bondad y seguridad que solo Cristo nos ofrece.
Pablo escribió las siguientes palabras en Romanos 8:37–39:
“En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”