Durante años disfruté de la amistad con uno de mis vecinos, al que llamaré José. Hablábamos de nuestras vidas, de nuestro barrio, del mundo, incluso de Dios. Pero un día todo cambió, y no solo porque se mudó, sino porque le compartí la Palabra en un mensaje de texto y estalló enviándome mensajes de texto malvados y amenazadores. Como no paraba, bloqueé su número. ¿Cómo mi amigo se convirtió en un enemigo y por qué? El comportamiento de José me agobió durante días.
Esta situación me llevó a preguntarle a Dios cómo podía amar a quien ahora es un enemigo. Las Escrituras ofrecen una respuesta clara: por medio de la oración. Jesús nos dejó un mandato claro: «Amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen» (Mt 5:44). En nuestro mundo lleno de odio, estas palabras son tan desafiantes como contraculturales. Pero las necesitamos.
Piensa en las personas que son hostiles contigo. Puede ser un jefe o un colega, un profesor o un familiar cercano. Nuestros enemigos van más allá de nuestras relaciones personales e incluyen terroristas, líderes políticos malvados y activistas progresistas que odian a los cristianos. Como pueblo de Dios, debemos orar por ellos.
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