Estoy seguro de que tu batalla contra el pecado es similar a la mía: has tenido altibajos, con diferentes luchas en diferentes estaciones.
A veces te sientes impotente para cambiar tus pensamientos y hábitos pecaminosos que están profundamente arraigados. Otras veces, encontrar una verdad en la Escritura puede resultar un verdadero cambio en tu perspectiva hacia el pecado, y creces.
Crecer en santidad implica sacar la basura del pensamiento equivocado y aprender a pensar con “la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16), llenando nuestras mentes con la verdad que da vida y produce santidad (Juan 17:17). A continuación, comparto diez formas de pensar que debes adoptar para tu lucha por la santidad.
1. Piensa: “Necesito concentrarme en la gracia de Dios” en vez de “Necesito concentrarme en detener mi pecado.”
Si te digo que no pienses en todos tus fracasos pasados, ¿en qué pensarías? Tus fracasos pasados. Nuestro enfoque no debe ser en cómo detener nuestro pecado o nuestros fracasos porque la ley (simplemente saber lo que se debe y no se debe hacer) no tiene poder para liberarnos de la esclavitud del pecado.
Pero la gracia de Cristo sí tiene el poder. La gracia de Dios nos enseña a decir “no” a la impiedad y a las pasiones mundanas y a decir “sí” a vivir una “vida autocontrolada, recta y piadosa” (Tito 2:11-12). En lugar de concentrarte en tu pecado, concéntrate en la belleza y la gracia de Cristo. Después, cuando comiences a pensar en pecar, alégrate de que Cristo te haya liberado de la pena y el poder del pecado (incluso si todavía sientes la atracción de la tentación).
2. Piensa: “Necesito ayuda del pueblo de Dios” en vez de “Puedo hacerlo solo.”
Nuestra cultura idolatra la autonomía personal y aquellos que se abren paso en la carrera de la vida solos. En la gracia de Dios, la vida cristiana no funciona así. Dios nos ha dado su iglesia como una comunidad santa formada por el evangelio. Conocemos mejor a Dios y su amor cuando tenemos comunión unos con otros. Nos llevamos mutuamente hacia una fe y santidad más profunda mientras nos animamos mutuamente, confesamos nuestros pecados, y oramos por los demás (Santiago 5:16). Dios ha dado maestros talentosos y experimentados para edificar el cuerpo de Cristo y conducirnos a la madurez en Cristo (Efesios 4:11-13).
3. Piensa: “Necesito complacer a Dios” en vez de “Necesito sentirme mejor conmigo mismo.
Si tu arrepentimiento implica arrepentirte lo suficiente como para hacerte sentir mejor, no es verdadero arrepentimiento (lee 2 Corintios 7:8-12). El arrepentimiento que honra a Dios desea complacerlo a Él, no solo evitarte los malos sentimientos o las consecuencias. Tratar de sentirte mejor contigo mismo significa que la raíz del pecado con la que luchas permanecerá en la tierra y volverá a surgir en el futuro.
4. Piensa: “Estoy totalmente equipado para obedecer todo el tiempo” en vez de “Es demasiado difícil para mí obedecer.”
Si alguna vez pensaste que vencer los hábitos pecaminosos es imposible, recuerda que no tienes que ser un “Super Cristiano” para vivir en obediencia.
- En Cristo, Dios te ha equipado con todo lo que necesitas para la vida y la piedad (2 Pedro 1:3). Puedes caminar en la justicia que Dios desea para ti.
- En Cristo, ninguna tentación es demasiado fuerte para ti (1 Corintios 10:13). Tienes lo necesario en todo tiempo para superar la tentación cuando se te presente.
Este cambio de mentalidad no significa que eres perfecto, pero te recordará el poder de Cristo para vencer la tentación y evitará que pongas excusas.
5. Piensa: “Necesito vivir en obediencia” en vez de “Necesito tener la victoria.”
Este cambio de mente se centra en la terminología. Las palabras que utilizamos son poderosas y moldean sutilmente nuestro pensamiento y expectativas, por lo que debemos enfocarnos en la terminología bíblica.
Cuando describimos nuestra batalla por la santidad como una “victoria” o “derrota”, podríamos pensar que nuestra lucha contra el pecado es algo externo a nosotros; algo que no está bajo nuestro control. Pero la Escritura describe el pecado y la tentación en términos de “obediencia” y “desobediencia”, no “victoria” o “derrota.”
No suavices el peso del pecado contra un Dios santo: Encárgate de tus pecados llamándolos por su nombre: desobediencia.
6. Piensa: “Necesito confesar mi pecado” en vez de “Necesito ocultar mi pecado.”
Nuestra naturaleza pecaminosa quiere ocultar nuestros pecados para evitar la vergüenza de ser descubiertos. Dios quiere lo opuesto: confesión de pecados, algo contrario a nuestra naturaleza pecaminosa. La confesión saca el pecado de la oscuridad a la luz y le quita su poder, trayendo sanidad (Santiago 5:16). En lugar de temer a la confesión, deja que te recuerde la gracia de Dios dada en la cruz. Las personas que realmente odian su pecado, adoran confesarlo, porque la confesión es un canal dado por Dios hacia la restauración (lee Salmos 32:1-2; 1 Juan 1:9).
7. Piensa: “Necesito hacer morir al pecado” en vez de “Solo intentaré alejarme de él.”
“Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” (Romanos 8:13 LBLA, énfasis mío)
Dar muerte al pecado requiere diligencia; es algo que no sucede por sí solo. Lamentablemente, con tanta frecuencia en nuestras batallas, no buscamos matar el pecado, sino engañarnos a nosotros mismos para pensar que nuestro problema desaparecerá. Esa es una receta para caer en el mismo pecado nuevamente en un momento de debilidad. Las tentaciones fluyen de nuestros deseos, y el simple hecho de evitarlas no las hará desaparecer (Santiago 1:13-14). Esto puede requerir medidas drásticas como abandonar relaciones, cambiar de trabajo, o cambiar cómo usas la tecnología (dependiendo de tus luchas), pero nunca te debes de arrepentir de los sacrificios hechos en la búsqueda por Cristo.
Necesitamos la actitud que John Owen recomendó: “Mata el pecado o el pecado te matará a ti.” Este cambio de mente viene con una advertencia: es imposible cambiar sin el siguiente punto.
8. Piensa: “Vivir por el Espíritu” en vez de “Vivir por la carne.”
No estamos desarmados en nuestra batalla contra el pecado. Dios está activamente trabajando en nosotros, dándonos poder a través de Su Espíritu para luchar contra el pecado y para vivir en rectitud. Esfuérzate por una vida dependiente del Espíritu que contiende contra el pecado y camina en justicia (lee Gálatas 5 y Romanos 8 para más sobre la vida en el Espíritu). Vive en obediencia para que no entristezcas al Espíritu con tu pecado y lo apagues (Efesios 4:30), y así perder la oportunidad de seguir Su guía.
La vida en el Espíritu está incompleta sin la espada del Espíritu, la Biblia (Efesios 6:17). Haz que la Palabra de Dios sea tu deleite, que sea parte de tu dieta diaria y que sea un arma para luchar contra la carne y los dardos del enemigo. Escucha la advertencia de Jerry Bridges: “Es hipócrita orar por la victoria sobre nuestros pecados y descuidar nuestro consumo de la Palabra de Dios.”
9. Piensa: “El arrepentimiento es adoración” en vez de “Estoy avergonzado ante Dios.”
¿Alguna vez tu pecado te ha avergonzado y has dejado de buscar a Dios? Solía pensar que necesitaba limpiarme antes de acercarme a Dios nuevamente. La cruz nos libera de esta mentalidad porque Cristo ha tomado nuestro pecado sobre Sí mismo y nos perdona y nos limpia toda nuestra injusticia (1 Juan 1:9)
En lugar de mantener nuestra distancia de Dios debido a la vergüenza, predicate a tí mismo que Cristo tomó tu vergüenza y el castigo en la cruz y recuerda que ahora estás vestido con la justicia de Cristo. Alégrate de que en Cristo eres perdonado y ve a Dios, no como alguien a quien debes evitar, sino alguien a quien debes de correr, porque el arrepentimiento es adoración y honra enormemente al Señor.
10. Piensa: “La oración es vital” en vez de “La oración es opcional.”
Si alguna vez te has sentido impotente para vencer algún pecado por tu cuenta, recuerda que todas las cosas son posibles con Dios (Mateo 19:26). Para crecer en la santidad y avanzar en la vida cristiana, debemos dedicarnos a la oración, rogando por la ayuda del Señor para resistir la tentación y convertir nuestros deseos de acuerdo con los de Dios.
Una forma práctica de aplicar esto es orar diariamente las Escrituras. Las Escrituras son útiles para “enseñar”, “redargüir”, “corregir” y “para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16-17), y al orarlas diariamente, hacemos eco de la oración de Jesús en Juan 17:17, “Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad.”
Sólo Dios sabe el efecto positivo de las oraciones empapadas en las Escrituras, sólo Él sabe el alcance que tendrán a lo largo de toda la vida.