Desde la pandemia de COVID-19 me he sentido bombardeado con importantes peticiones de oración. Un día escucho noticias de familiares enfermos y con dificultades. Al día siguiente una amiga de la iglesia nos informa que tiene cáncer. Recibo un flujo constante de mensajes de WhatsApp que mencionan pruebas aplastantes contra los aliados de un ministerio internacional. Miro las noticias: hay guerra en un lugar, un terremoto en otro y percibo una oscuridad espiritual cada vez mayor en mi país. Todo esto ¡sin contar las peticiones de oración de mi propia familia extendida!, que rara vez parezco recordar delante del Señor.
Cuanto más recibo peticiones de oración urgentes, más me siento como un dique a punto de estallar. ¡Es abrumador! Me dan ganas de lanzar mis manos al aire y dejar de orar o solo quiero orar motivado por la culpa.
En circunstancias así, ¿cómo podemos perseverar como intercesores sin ser aplastados por el peso de los problemas del mundo? Comparto seis sugerencias en este artículo en Coalición por el Evangelio.
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