En el capítulo de su libro El Sermón del Monte sobre Mateo 5:38–42 titulado “Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo”, el doctor Martyn Lloyd-Jones retó a sus lectores a ver “hasta qué punto el yo controla su vida.”
He sido retado por sus palabras que describen la raíz de muchos problemas emocionales que he experimentado en mi vida. Espero que sus palabras te reten para tomar tu cruz y seguir a Cristo en fidelidad y gozo.
Examinen su vida, su trabajo ordinario, las cosas que hacen, los contactos que tienen que establecer con la gente. Piensen por unos momentos hasta qué punto el yo entra en todo esto. Es un descubrimiento sorprendente y terrible ver hasta qué extremo el interés propio y la preocupación por sí mismo están implicados, incluso en la predicación del evangelio. Es un descubrimiento horrible.
Demos un paso más. Me pregunto si alguna vez nos hemos dado cuenta de hasta qué punto la infelicidad, los problemas, los fracasos de nuestra vida se deben a una sola cosa, a saber, el yo. Recordemos lo ocurrido durante la semana pasada, los momentos o períodos tristes, de tensión, la irritabilidad, el mal carácter, las cosas hechas y dichas de las que se avergüenzan, las cosas que los turbaron y que los desequilibraron… La mayor parte de la infelicidad y dolor, la mayor parte de nuestros problemas en la vida y en nuestra experiencia, nacen de esta causa y fuente últimas, este yo.
El yo siempre significa desafiar a Dios; siempre significa ponerme a mí mismo en el pedestal en vez de a Dios, y por ello es siempre algo que me separa de Él. Todos los momentos de infelicidad en la vida se deben en último término a esta separación. Una persona que está en verdadera comunión con Dios y con el Señor Jesucristo es feliz. No importa que esté en una cárcel, que tenga los pies amarrados al cepo, que se esté quemando en una hoguera; es feliz si está en comunión con Dios. ¿No es ésta la experiencia de los santos a lo largo de los siglos? De modo que la causa última de toda aflicción o de la falta de gozo es la separación de Dios, y la única causa de la separación de Él es el yo. ¿Cuántas veces nos sentimos infelices? Quiere decir que, de una forma u otra nos buscamos a nosotros mismos o pensamos en nosotros mismos, en lugar de buscar la comunión con Dios. El hombre, según la Biblia, fue hecho para vivir por completo para la gloria de Dios. Fue hecho para amar al Señor Dios con todo el corazón, con todo el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas. Todo el ser del hombre fue hecho para glorificar a Dios. Por consiguiente, todo deseo de glorificarse a sí mismo o de proteger los propios intereses es por necesidad pecaminosa, porque me miro a mí mismo en lugar de mirar a Dios y de buscar su honor y gloria.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?” — Jesús en Marcos 8:34–36
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